Entrevista con la futura secretaria general de la Confederación Alemana de Sindicatos (DGB), Yasmin Fahimi
Traducción de entrevista publicada en Süddeutsche Zeitung (sz), 10 de marzo de 2022, 5:25
«Necesitamos un impuesto sobre el patrimonio», dice Yasmin Fahimi, quien fue secretaria general del Partido Socialdemócrata, hoy es diputada nacional y pronto liderará la Confederación Alemana de Sindicatos, la DGB.
En mayo, Yasmin Fahimi será la primera mujer en dirigir la poderosa Confederación Alemana de Sindicatos. Qué le exige al gobierno federal y cómo quiere impedir la desaparición masiva de empleos bien pagos.
Una entrevista de Alexander Hagelüken y Benedikt Peters
Frente al Bundestag, el Parlamento Federal, pasó un vendaval. Al lugar entró Yasmin Fahimi (54), quien allí sentada da la impresión de guardar la calma a pesar de todo. Se ha propuesto deponer su mandato parlamentario por el Partido Socialdemócrata (SPD) cuando en mayo se haga cargo de la dirección general de la Confederación Alemana de Sindicatos, muy conocida por sus siglas DGB. Fahimi sucederá a Reiner Hoffmann en la dirección de la DGB, la que con casi seis millones de afiliados es la central sindical que agrupa a la mayor cantidad de asociaciones sindicales de Alemania. Durante una hora, quien fuera secretaria general del SPD y secretaria de Estado en el Ministerio de Trabajo habla acerca de lo que en adelante se propone hacer con los sindicatos y de qué manera presionará al gobierno federal.
Süddeutsche Zeitung (SZ) —Señora Fahimi, cuando sea elegida será la primera mujer al mando de la DGB en los 70 años de existencia de la central sindical. ¿Qué le pasa por la cabeza cuando se dice algo así?
Yasmin Fahimi (YF) —Desde un punto de vista histórico soy consciente de lo importante que es. Además, siento que mi misión es ocuparme de todos los trabajadores con todas las fuerzas a mi alcance. Y cuando me refiero a todos, lo hago refiriéndome en particular también a las mujeres.
SZ —Usted trabajó durante mucho tiempo para el Sindicato Industrial Minería, Química y Energía, el IG Bergbau, Chemie, Energie (IG BCE). Cuando fue secretaria sindical, por ejemplo en la ciudad de Recklinghausen, ¿tuvo que hacer frente a actitudes machistas?
YF —Por supuesto [se ríe]. Y no solo en los sindicatos o en Recklinghausen. Fui una de las primeras externas que ingresaron al programa de capacitación del IG BGE. Y por si fuera poco, además de externa era universitaria y mujer. En muchos generaba enojo porque se consideraba una provocación. Los unos opinaban que a «la chica» tenían que enseñarle cuál era la cultura sindical correcta. Otros, en cambio, preferían cuidarme siguiendo la consigna: «Vení a verme si alguien se hace el vivo con vos». Ambas actitudes eran innecesarias. Debo decir que nadie tuvo una actitud abusiva concreta conmigo y que fue en Minería, justamente, donde todo fue más fácil. Estar al lado de los compañeros y ser solidarios es lo importante para ellos. Cuando eso pasa, terminan siendo los mejores amigos.
SZ —En el Sindicato de Minería había enormes problemas.
YF —Pues sí, y mi trabajo también tenía su lado triste, por ejemplo cuando tenía que negociar planes de retiro toda vez que se eliminaban puestos de trabajo. Lo importante era siempre obtener la mayor cantidad de ventajas para los trabajadores. En aquella época aprendí mucho y lo agradezco enormemente.
SZ —Hoy toda la economía debe enfrentar cambios radicales en relación con el cambio climático y la digitalización. ¿Qué tiene que suceder para que los empleos bien pagos no desaparezcan en masa?
YF —La política debe invertir en los estados federados sin omitir ningún lugar, no solo en algunos sectores. Para una economía de efecto climático neutro se necesitan soluciones integrales. No obstante, la transformación excede la mera política industrial. El liderazgo tecnológico, la infraestructura moderna y la educación que se aviene al futuro no surgen en forma espontánea. Y todos los incrementos salariales que negociamos se evaporan si no se respaldan con una buena base de servicios básicos de interés general, por ejemplo si los padres tienen que pagar maestros particulares para sus hijos porque las escuelas son malas o se hace necesario comprar candados de seguridad inviolables porque la policía no puede estar en todos lados.
En la industria, muchos trabajadores están afiliados a los sindicatos y por eso cobran salarios altos. Pero hoy tres cuartas partes de los trabajadores ejercen profesiones relacionadas con servicios básicos de interés general que frecuentemente están fuera de los convenios salariales y están mal pagos. En este sector pueden terminar muchos trabajadores industriales. ¿Qué hay que hacer?
La autonomía de la negociación salarial y la coparticipación forman parte de nuestra arquitectura social básica. ¡Y todo ello tiene grado constitucional! Si las empresas obstaculizan la acción de los comités de empresa o socavan los acuerdos salariales, están «marcando la cancha» en nuestra economía social de mercado. Por eso hay que medir a cada gobierno federal por el aporte serio que hace para frenar esta práctica. Entre otras cosas, con una ley que establezca que las obras públicas únicamente se asignen a empresas que pagan salarios por convenio. Para nosotros, volver a subir el nivel vinculante de los convenios tiene prioridad absoluta, también y justamente en el sector de servicios. Y tenemos buenos argumentos para convencer a los trabajadores de empresas emergentes, las startups, de que solo jugando al metegol con el jefe no podrán negociar un buen salario.
SZ —Pero usted se hace cargo de una organización cuyo tamaño decrece. Desde que se inició este nuevo siglo, los sindicatos que pertenecen a la DGB han perdido dos millones de los ocho millones de afiliados sindicales que tenían. ¿Cómo se puede detener esa merma?
YF —Nos encontramos frente al desafío de ganar más afiliados y ya todos están trabajando en fantásticos proyectos con este propósito. Ofrecemos luchar por encontrar soluciones conjuntas y garantizar libertades individuales mediante una actitud solidaria. Se trata de un ofrecimiento de alta actualidad. Pero el retroceso en la cantidad de afiliados también tiene su origen en empleos cada vez más precarios porque los oficios se quieren diferenciar cada vez más entre sí. Para nosotros, esto supone que en lugar de ir solo a las fábricas tenemos que dirigirnos a los afiliados potenciales incluso en el ambiente en el que viven. Pues seguramente es necesario que nos modernicemos como sindicatos. Pero es igual de correcto: seguimos siendo la organización política más grande del país. A diario, 750 mujeres y hombres deciden afiliarse a un sindicato. ¿Qué otra organización logra lo mismo?
SZ —Lejos de nosotros está la intención de frenar su entusiasmo, pero los más jóvenes y las mujeres con frecuencia histeriquean con los sindicatos.
YF —Es manifiesto, no lo voy a negar, tenemos espacio para crecer. Muchos puestos de trabajo surgen en nuevos rubros o en sectores económicos que crecen, en los cuales los empleadores se niegan a celebrar convenios salariales. Esto genera dificultades para conferir protección a los trabajadores y generar exitosamente condiciones de trabajo por medio de los sindicatos. Pero solo podemos ser eficientes en nuestras funciones si los trabajadores nos dan un espaldarazo afiliándose. Porque a fin de cuentas no somos una autoridad pública o una compañía de seguros, sino un movimiento con y para los trabajadores. Tenemos que dejar en claro esta condición. Y tenemos que echar por tierra los prejuicios con más contundencia. Los sindicatos son coloridos y femeninos. Así, el Sindicato de Servicios (Verdi) y el de Educación y Ciencia (GEW) tienen más afiliados femeninos que masculinos. Sucedieron muchas cosas. Y uno de los resultados de este cambio está aquí sentado, frente a ustedes.
SZ —Su padre falleció en un accidente de auto antes de que usted naciera. Su madre los crió sola a usted y a su hermano. ¿Cómo vivió esa época?
YF —No solo pasamos penurias económicas, sino también situaciones de discriminación explícita y velada. Una madre que criaba sola a sus hijos no era precisamente bien vista entre 1960 y 1980. Ante la duda, mi madre no era invitada a las fiestas de vecinos y familiares. El apellido y el origen extraeuropeos tampoco ayudaban demasiado. Esto aguzó tempranamente mi sentido de la justicia y mi conciencia de que es necesario juntarse con otros para lograr más cosas que las que nos acompañan desde la cuna.
SZ —¿Qué experiencia hizo con las condiciones para una madre cabecera de familia?
YF —No recibíamos salario familiar, no había guarderías en nuestra zona. A mi madre se le hizo difícil. Tanto más me saco el sombrero por ella, porque a pesar de todo pudo cultivar en nosotros la conciencia de que no solo podíamos ser, sino además de que nada nos impedía ser todo lo que quisiéramos.
SZ —¿Acaso los políticos no deberían hacer más por las personas que tienen que criar solas a sus hijos?
YF —Sin duda. Necesitamos asignaciones por hijos más altas y una mejor situación tributaria.
SZ —Mientras tanto, en general más mujeres ejercen una profesión. Frecuentemente se les paga un salario menor y tienen menos posibilidades de ascenso. ¿Cómo se puede cambiar esta situación?
YF —Es muy frecuente que las mujeres queden atrapadas en trabajos de medio tiempo, en minijobs o en trabajo temporario. Quedan atrapadas entre el riesgo de caer en la pobreza y la falta de perspectivas. Muchas se sienten perdidas y abandonadas. Por eso, las mujeres —igual que los hombres— deben trabajar desde el primer minuto en puestos de trabajo seguros y con plena cobertura previsional y social. Es necesario frenar el avance del empleo precario, también mediante convenios salariales.
SZ —¿El gobierno debería eliminar los minijobs?
YF —Los minijobs pueden considerarse un asunto superado, porque en muy raros casos conducen a empleo con previsión social. Pero la situación de desventaja en la que están las mujeres excede lo laboral. En la pandemia, las mujeres volvieron a ser las «tapaagujeros», reduciendo el horario de trabajo para atender a los hijos o realizando trabajo de cuidado no remunerado. Y no solo eso, sino que son las principales afectadas por la violencia. Cada tres días muere una mujer en Alemania a causa de lo que se da en llamar delitos contra personas con las que existe un vínculo. Temas como estos también deben ser incluidos en las agendas de los sindicatos.
SZ —Pocos grupos de empresas incluyen a las mujeres en sus directorios. ¿Eso está acorde con la época?
YF —¡Para nada! Muchas empresas tienen que poner sus tareas al día. El cupo femenino debería ampliarse. Para muchas, esto no tiene aplicación hasta el momento. Lo importante es que se imponga la calidad. La realidad nos dice que algunos hombres acceden a puestos jerárquicos a pesar de no estar suficientemente calificados.
SZ —De los ocho sindicatos individuales que integran la central sindical alemana siete están presididos por hombres. ¿Eso está adecuado a la época?
YF —Es necesario no perder de vista la perspectiva general. Si soy elegida en mayo, en la Comisión Directiva de la DGB habrá un hombre y tres mujeres. Y de los nueve sindicatos distritales de la DGB, cuatro están dirigidos por mujeres. Pero claro, cada uno de los sindicatos también tiene que ponerse al día en ciertas áreas.
SZ —Un vigoroso viento de proa ya azota antes de su elección. Según declaraciones de algunos sindicalistas, la dgb «cercena su propio crecimiento» y la «situación es superdesastrosa». ¿Cómo se maneja con esto?
YF —Me llovieron buenos deseos, todos ellos muy cálidos y sin distinciones desde todos los sindicatos. Por lo que sé, los rumores de que mi nominación se ve de manera crítica son un sinsentido.
SZ —La búsqueda de un nuevo líder sindical terminó en idas y vueltas que duraron meses, como si nadie quisiera el cargo. ¿En qué medida perjudica esta situación a la DGB?
YF —Que un proceso sea largo no significa que el resultado al que arribe necesariamente sea malo. Se barajaron muchos nombres y hubo muchas consideraciones. Esto es bueno en una democracia. Al final, se llegó a mí en forma unánime. Y me alegro de que haya sido así.
SZ —Los grandes sindicatos como Verdi y los metalúrgicos del ig Metall hacen su propio cabildeo. Entonces, ¿para qué se necesita a la dgb?
YF —La DGB tuvo un gran desempeño en muchas situaciones de crisis. No lo olvidemos justamente ahora, cuando el ataque ruso a Ucrania —al que condeno categóricamente como delito de guerra— está ocasionando la próxima crisis. La DGB contabiliza méritos en la reconstrucción alemana, en el proceso de vencer el desempleo masivo ocasionado por la crisis financiera o ahora en la pandemia. Mi amigo Reiner Hoffmann, el presidente de la DGB en funciones, impulsó decididamente las ayudas económicas, los subsidios para la jornada reducida, las licencias por enfermedad de los hijos, la seguridad industrial y la protección de la salud. En adelante se necesitará tanto o más a la DGB como poder de protección de los trabajadores en el marco de la transformación ecológica, algo que un sindicato no puede hacer por sí mismo.
SZ —Como futura líder de la DGB, ¿qué le exige a la política?
YF —¡Mucho! Para nosotros, cada niño, cada hijo debe valer lo mismo. En lugar de exenciones por hijos que benefician ante todo a los que ganan mejor, necesitamos una cobertura básica por hijo que en especial también brinde ayuda a los niños que provienen de hogares más pobres. En perspectiva necesitamos otro modo de imposición para las familias, porque es frecuente que las mujeres no puedan salir de su papel de proveedoras de un sueldo adicional a causa del sistema de splitting que se aplica a ambos cónyuges sumando los ingresos y luego dividiéndolos por dos al llegar a la edad jubilatoria. Por supuesto que no dejan de estar ahí los temas de la cogestión y del carácter vinculante del convenio salarial. Todavía nos falta remontar mucho de lo que nos dejó el espíritu destructor del neoliberalismo que nos estuvo asolando desde la década de 1990. La paz social está amenazada de sufrir un daño permanente. A la larga no lo soportaremos, si decae cada vez más el carácter vinculante de los convenios y la brecha salarial sigue ampliándose.
SZ —La brecha patrimonial también se amplía cada vez más.
YF —Sin duda necesitamos un debate sobre la cuestión distributiva y la justicia. En cada crisis vemos que los pobres se vuelven cada vez más pobres y los ricos cada vez más ricos, también ahora en la pandemia. No es admisible algo así. Necesitamos un impuesto sobre el patrimonio o un gravamen a la riqueza.
SZ —Se levanta la obligación de realizar home office. ¿Se necesita ahora un derecho al home office?
YF —Algunos trabajadores se ven forzados a volver a los establecimientos, otros al home office. Ni una cosa ni la otra es buena. Quisiera que se cree un derecho a la elección del lugar de trabajo, siempre que sea operativamente posible. En el caso ideal, que esté garantizado por un convenio laboral y concretamente respaldado por comités de empresa.
SZ —Usted fue secretaria general del Partido Socialdemócrata, secretaria de Estado y ahora es diputada. ¿Puede una socialdemócrata de tantos años criticar de plano al gobierno o puede esperar Olaf Scholz que se lo lisonjee, que se sea condescendiente con él?
YF —[Se ríe.] Olaf Scholz me conoce demasiado bien. Sabe que conmigo no se ganará lisonjas.
SZ —En 2015, siendo secretaria general del SPD, a diferencia de Sigmar Gabriel, que en ese entonces era al presidente del partido, usted rechazó el diálogo tanto con la derecha como con los seguidores del movimiento antiislámico Pegida.
YF —... Esa historia me va a perseguir por siempre.
SZ —... Hoy, los que piensan fuera del partido organizan marchas de antorchas y amenazan a políticos. ¿Demuestra esto que usted tenía razón?
YF —Hoy, igual que entonces, estoy convencida de que el que promueve el odio y la persecución se autoexcluye del diálogo. Los sindicatos nos concebimos como una comunidad de valores porque velamos por la solidaridad y la diversidad. A cada persona que intente poner trabas y redefinir la protección del trabajador en términos racistas le ofreceremos nuestra más férrea resistencia. Esta actitud que desprecia los derechos humanos segregando a las personas solo siembra la violencia y las dictaduras.
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